Cuando
era muy chica había tres historias que pedía que me contaran
siempre. Mi mamá me releía El
lagarto está llorando
de García Lorca ; mi abuelo, una y otra vez El
príncipe feliz,
de Oscar Wilde y mi abuela: Almendrita,
de Andersen, de la cual después grabé mi propia versión en un
casette cuando tenía 5 años. Y
justamente fueron los casettes parte fundamental del asunto, porque
me compraban esos en los que venían grabados los cuentos de los
hermanos Grimm y demás historias populares infantiles como
Piel
de asno,
Barba
Azul,
El
sastrecillo valiente,El traje nuevo del emperador,
Aladino,
El ruiseñor,Juan sin miedo,
La Bella Durmiente,
etc. Podía
escuchar esas cintas una y otra vez, era mejor que ver una película,
escuchar los sonidos de los dragones, la música que hacían las
hadas, el ruido de las espadas, era más creíble/increíble
que verlo en una pantalla o en una página.
Gráficamente
me acuerdo mucho de unas versiones para niños tipo historieta de Las
aventuras de Hércules, Ulises
y El
rey Arturo.
Cuando
tenía unos 7 años, mi mamá (que siempre leyó y escribió mucho)
me contó que a esa edad su papá le traía de la biblioteca un libro
de la Colección
Robin Hood
por
noche , ella lo leía y al día siguiente él lo devolvía y le traía
otro, cosa que me sonaba a locura, y entonces intenté hacer la
prueba. Así que durante un sábado a la tarde logré leer mi primera
novela entera: Alicia
en el país de las Maravillas de
Lewis Carroll… en ese momento me inauguré a mi misma como lectora
adulta. De
la misma colección, mis favoritas eran Jane
Eyre
de Charlotte Brontë
y
Mujercitas,
de Louisa May Alcott. Y fue entonces cuando empecé a hacer mis
propias versiones de los libros que leía, con
cartulina amarilla y hojas blancas, las encuadernaba con Cinta Scoth
o Voligoma y armaba mis propios libros, bajo la Colección
Estrella
(¿Podría
decir que esos fueron mis comienzos como editora?). En
cuanto a los textos, decía que eran originales pero a veces eran
sospechosamente parecidos a los que terminaba de leer en ese momento
, por ejemplo uno que se llamaba Tres
hermanas,
de tres chicas que esperaban que su papá volviera de la guerra en
Navidad, Cholu-landia
que era una revista de chusmeríos con ping-pong de preguntas y
respuestas a mi propia versión de Barbie: Bleiby, o Las
aventuras del Agente 801, John James.
Y respecto a la poesía específicamente, lo primero que recuerdo era que
para el colegio había que elegir una para llevar. Y yo siempre había
creído que no me gustaba, porque pensaba que solamente hablaba de
rosas rojas, pero por suerte, mi mamá me mostró a Prévert, y
cambié de parecer al descubrir su poema Desayuno,
que es el que terminé llevando a la escuela ese día.
Alelí
Manrique.
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