Para poder entender la poesía argentina actual, debemos
tener en cuenta a dos poetas claves que desarrollaron su obra a fines del siglo
XX: Héctor Viel Temperley y Néstor Perlongher.
Héctor Viel Temperley nació en Buenos Aires, en 193l .
Publicó nueve obras. Murió en Buenos Aires en 1987. Es considerado uno de los poetas llamados místicos, ajenos
todos al canon de la poesía argentina. Poetas que, al margen de la ilustración
triunfante, poseen una fe, “hay dos clases de hombres: los que aman el alma del
hombre y los que no se atreven. El alma incluye al cuerpo”.
Fue publicista, como Enrique Fogwill – famoso escritor
argentino contemporáneo- que lo admiraba y en gran medida contribuyó a que se
lo leyera. Solamente dio una entrevista en su vida (a Sergio Bizzio -escritor,
cineasta, músico y dramaturgo argentino).
Según algunos críticos, debido al trato de sus propias
muertes, es posible definir un paralelo entre su obra y la de la famosa poeta
argentina Alejandra Pizarnick (en ambos casos se construyen un personaje con su
propio relato; ella sería la sonámbula suicida y Viel Temperly el nadador
místico, el enfermo), la del chileno Enrique Lihn y la del argentino
Néstor Perlongher, del que hablaremos luego.
Con paisajes de campo, de vacaciones, de deporte, Crawl es
tomado por algunos como uno de los libros más influyentes para la literatura
argentina posterior a los noventa, como lo demuestran las obras de poetas
contemporáneos jóvenes como Clara Muschietti (La campeona de nado),
Jonás Gómez (Equilibrio en las tablas, sobre un concurso de skate) Fernando
Callero, que alude a la pesca con un tono parecido o Mariano Blatt -uno de los
más leídos de la actualidad -, que implementa ciertos temas y climas
similares y una concepción ligada a lo divino en su poética.
Viel Temperley tomaba como metáfora para la respiración del
verso la respiración del nadador, para el esfuerzo del escritor; el del atleta,
el mantra que sugiere la repetición, los versos como brazadas. Pero no
solamente eso, ya que a la figura del nadador se superpone la del místico, ya
no religioso como en sus primeros libros, sino que ahora la comunión es con su
propio cuerpo (“voy a lo que menos conocí en mi vida; voy hacia mi cuerpo”) y
otros más del mundo masculino; cosacos, pugilistas y marineros. El yo lírico
entra en escena mediante la repetición variada de mismos temas exacerbando la
imagen (otra vez podemos relacionarlo con Perlongher) mediante el ritmo
repetitivo del rezo. Hospital Británico, alude a la institución en que pasó el
final de su vida, luchando contra un tumor cerebral, y también al origen inglés
de su familia. Son fragmentos de años anteriores y de ese momento, navegando
una agonía por momentos alucinadora y por momentos consciente.
Fragmento: “Tengo la cabeza vendada. / Mi cuerpo -con aves como
bisturíes en la frente- entra
en mi alma. (1984). / El sol, en mi cabeza, como toda la sangre de Cristo sobre
/ una pared de anestesia total (1984). / Santa Reina de los misterios de los
rosarios del hacha y / de las brazadas lejos del espigón: / Ruega
por mí que estoy / en una zona donde nunca había anclado con maniobras /de
Cristo en mi cabeza. (1985).”
Otro caso destacado es el del Néstor Perlongher, nacido en
los suburbios de Buenos Aires en 1949, creador de una de las obras poéticas y
ensayísticas más lúcidas y transgresoras del siglo XX.
Además de poeta, fue sociólogo, antropólogo, militante
trotskista, luego libertario y además uno de los principales referentes del
Frente de liberación homosexuales en la Argentina.
Durante la dictadura militar (1976-1983) fue detenido y
procesado penalmente. Más tarde escribió uno de sus textos más famosos; Cadáveres. En
1981, decepcionado por el aburguesamiento de la colectividad gay en Argentina,
se fue a San Pablo, Brasil, en donde realizó su maestría en antropología
social con una tesis que dio pie a su ensayo: La prostitución masculina (en
el que, al igual que Viel Temperley, se adentra en un mundo de estereotipos
masculinos) y ejerció como profesor. Fue parte fundamental de la llamada literatura neobarroca
rioplantese, que él mismo bautizó como “neobarroso” (haciendo un juego de
palabras con el barro del río de la plata).
Influenciado por autores como Bataille, Deleuze y Foucault,
trabajó una nueva idea del deseo; “Yo tenía un espíritu plebeyo, de barrio de
extramuros, que me llevaba a sentir la poesía como algo muy bello. Mezclado con
lo bestial, enchastrado, embarrado, pero lleno de brillos y de lujos, feo
jamás”, explicó. También como Viel Temperley, no dejaba de lado al cuerpo,
abrazando la mejor premisa de los ’70´s : la idea de que toda experiencia
política pasa, primero, por él.
En Brasil se interesó por el mundo de los rituales
(precisamente del Santo Daime), donde consumía drogas alucinógenas,
reflexionando luego sobre el carácter político de esa época.
Con semejante imaginario, sumado al universo marginado del
Riachuelo, su escritura es una fiesta verbal, una alucinante adaptación
barroca de formas recargadas, criticando a las vanguardias y las posturas
estéticas complacientes. Falleció, siendo portador del Sida, en el año 1992.
Fragmento:“Empero, en la lingüita de ese zapato que se lía,
disimuladamente, al/espejuelo en la/ correíta de esa hebilla que se corre, sin
querer, en el techo, patas/ arriba de ese monedero/ que se deshincha, como un
buhón, y, sin/ embargo, en esa c... que, cómo se escribía? c... de qué?,
más,/Con Todo
Sobretodo/Hay Cadáveres”.